Dehaene, Stanislas (2023) ¿Cómo aprendemos? Los cuatro pilares con los que la educación puede potenciar nuestro cerebro.

por Melba Castillo

¿Cómo aprendemos?  Esta pregunta, que podría parecer banal, resulta de importancia para el docente que enfrenta el diario desafío de enseñar a sus estudiantes y por supuesto, quiere que sus estudiantes aprendan. 

Stanislas Dehaene en su libro del mismo nombre ¿Como aprendemos? explica con profusión de datos e información científica, cómo se da ese maravilloso proceso de aprender y comienza explicando qué significa esa palabra, que puede ser muy sencilla, pero a la vez tan compleja. Señala, como definición inicial y más amplia, aprender es construir un modelo interno del mundo exterior. O citando a Demis Hassabis (gerente general de la empresa inglesa DeepMind, filial de Google, y uno de los investigadores más activos en inteligencia artificial), aprender consiste en transformar la información que recibimos en un conjunto de conocimientos útiles y explotables.

Un elemento fundamental en el libro de Dehaene, es señalarnos que los avances en las ciencias cognitivas permiten afirmar que cada bebé llega al mundo con un extraordinario repertorio de capacidades, heredadas de su historia evolutiva.  De esta manera, dejamos atrás a Locke y su planteamiento de la mente del bebé como una tabula rasa que espera recibir la huella del ambiente. Por supuesto también a Rousseau en su tratado Emilio o De la educación (1762) cuando afirma: Nacemos con capacidad para aprender, pero sin saber nada, sin conocer nada. Inclusive a Alan Turing, padre de la informática contemporánea: -Es verosímil que el cerebro del niño sea como una libreta que acabamos de comprar en la papelería. Un mecanismo muy pequeño y un montón de páginas en blanco.

Agrega Dehaene, más que ser integrantes de la especie Homo sapiens, formamos parte de Homo docens, la especie que se enseña a sí misma. Lo que sabemos del mundo, en su mayor parte, no es algo que se nos haya dado: lo aprendimos del ambiente o del entorno. Ningún otro animal pudo descubrir como nosotros los secretos del mundo natural. Gracias a la extraordinaria flexibilidad de sus aprendizajes, nuestra especie logró salir de su sabana natal para cruzar desiertos, montañas, océanos y, en apenas varios miles de años, conquistar las islas más remotas, las grutas más profundas, los hielos marinos más inaccesibles e inhóspitos, y hasta la luna.

Por eso otorga un lugar privilegiado a la educación, la que considera el principal acelerador de nuestro cerebro. Por ello, debería situarse entre los primeros puestos de las inversiones del Estado, ya que, sin educación, los circuitos corticales serían diamantes en bruto. La complejidad de las sociedades contemporáneas debe su existencia a las múltiples mejoras que la educación aportó a nuestra corteza: la lectura, la escritura, el cálculo, el álgebra, la música, las nociones de tiempo y espacio, el refinamiento de la memoria. Todo ello, sobre lo que se asienta el complejo mundo de hoy, lo aprendimos en ese lugar que es la escuela. 

Uno de los hallazgos prácticos de este libro es su propuesta de los cuatro pilares del aprendizaje, que nos enseñan las bases sobre las que podemos aprender mejor. Dice Dehaene, las llamo los cuatro pilares del aprendizaje, porque son indispensables para todas las construcciones mentales que realizamos: si solo uno de estos pilares falta o es inestable, todo el edificio tambalea. A la inversa, cada vez que necesitamos aprender, y aprender rápido, podemos confiar en ellos para optimizar los esfuerzos:  

  • la atención, ese mecanismo que nos permite darle importancia y amplificar ciertas señales e ignorar otras. Es ese conjunto de circuitos neuronales que seleccionan, amplifican y propagan las señales a las que damos importancia, y multiplican por cien o por mil su representación en la memoria. En el acto de enseñar, se trata de despertar en los estudiantes, el interés por el tema y mantenerlo vivo para que sigan aprendiendo. 
  • el compromiso activo, o curiosidad, que nos obliga a tener cerebros exigentes y motivados en el aula, en los hechos, un organismo pasivo aprende poco y nada, porque el acto de aprender exige del cerebro la generación activa de hipótesis, con motivación y curiosidad, incitando al cerebro a evaluar constantemente nuevas hipótesis.  
  • En tercer lugar, y como complemento natural del compromiso activo, la detección y corrección de errores, un buen feedback: cuando se habla de corrección de errores, el que enseña deberá tener cuidado de señalar errores, pero también aciertos y que ese proceso no lleve recriminaciones ni regaños, sino más bien, motivar al estudiante a que reconozca que puede haber otras respuestas, nuevas hipótesis,  y que la búsqueda siga concitando su atención y su compromiso con el tema, tratando en todo el proceso de no generar frustración, como se ha visto en muchas asignaturas, especialmente matemáticas. 
  • la consolidación, esto es, la puesta en marcha de los diversos pasos en la formación de las memorias. Con el paso del tiempo, el cerebro compila lo adquirido y lo transfiere a la memoria de largo plazo, con el objetivo de liberar los recursos para otros aprendizajes. La repetición desempeña un papel esencial en esta consolidación, y también el sueño, que, lejos de ser un período de inacción, constituye un momento privilegiado durante el cual el cerebro repite y recodifica las adquisiciones del día. 

Prestar atención al tema, involucrarse en su profundización, poner a prueba lo adquirido y saber consolidarlo son los secretos de un aprendizaje exitoso. Y estos componentes fundamentales de la arquitectura cerebral se implementan con igual eficiencia en la familia y en la escuela. El docente que logre movilizar estas cuatro funciones en cada uno de sus alumnos maximizará la velocidad y la eficacia con que aprenderán sus estudiantes. 

Sin atención, sin esfuerzo, sin reflexión profunda, la lección se desvanece sin dejar mucho rastro en el cerebro. Lograr mantener la curiosidad del estudiantado, entonces, es uno de los factores clave de una educación exitosa. Otro aspecto fundamental es la retroalimentación, ya que los errores desempeñan un papel crucial en el aprendizaje. Cometer errores es la forma más natural de aprender; así, aprendizaje y error se tornan casi sinónimos, porque cada equivocación ofrece una oportunidad.

Busquemos que nuestros estudiantes se vuelvan activos, curiosos, comprometidos y autónomos. Un alumno pasivo no aprende nada.  Provoquemos la demanda permanente de su inteligencia para que su mente resplandezca de curiosidad y genere permanentemente nuevas hipótesis. Pero no esperemos que descubra todo por sí solo: guiémoslo mediante contenidos y secuencias pedagógicas estructurados.

La escuela del mañana deberá convocar a los docentes, las familias y los científicos alrededor de una causa común: revivir en las niñas y los niños la curiosidad y la alegría de aprender, para así ayudarlos a optimizar su potencial cognitivo.

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